Señas de identidad
Francisco Sebastián Nicolau
El último Home Dibuixat se vio reflejado en el aluminio pulido de una señal de tráfico. Llevaba tiempo caminando, observando a cada uno de los personajes con
los que se cruzaba por las calles. Gentes de diversa condición (llegó a pensar en
hacer una pequeña enciclopedia (si ello es posible) sobre la condición humana).
Personalidades en las que todo cabría: arte y ciencia, cultura e ignorancia. Y
actitudes vitales que ocuparían el amplio espectro que inunda el espacio que
hay entre la bondad y la maldad más abyecta. También en esas figuras se había
reflejado en ocasiones, como en aquellos escaparates2, como espejos, en los que
años atrás se reconoció mirándose y mirando más allá del cristal. Pero, en este
último reflejo, él mismo se desdibujó, como si el rigor de las inclemencias temporales
hubieran hecho mella en su físico. En realidad así había sido. Nada resiste el paso
del tiempo. Su imagen, que había contenido la de los otros, había transitado por
todos ellos hasta regresar y convertirse nuevamente en la suya, desvaída sobre un
triángulo metálico destinado a comunicar algo distinto a lo que ahora pretendía
sugerir.
Lejos de acumular rasgos de aquellos con los que se cruzó, se despojó de ellos. Se
diluyó, fue desapareciendo al igual que desaparece la imagen en esas señales de
carretera castigadas por los años y la meteorología en las que resulta imposible
adivinar si nos avisan del improbable salto de un ciervo o el cruce de una bicicleta.
Sólo su forma externa persiste. La imagen desaparece pero la forma que la
contiene resiste.
Formas simples, rotundas, básicas y perfectas: Cuadrado, círculo, triángulo.
Figuras soporte que en cualquier cultura encierran las ideas, los mensajes más
importantes: Deidad, Universalidad, Temporalidad3. Y también los primeros
dibujos básicos (no menos importantes). Formas que han sido y son la base de las
construcciones infantiles pero también de la arquitectura. Formas destinadas en
ocasiones a indicar, mostrar, advertir… Señalar.
Las señales son símbolos fijados de interpretación única. Una señal en la que
cada uno de nosotros pudiera establecer conclusiones diferentes resultaría inútil,
además de peligrosa. Imaginemos aquella que indicara –Ceda el paso– pero que
pudiera interpretarse como –Preferencia de paso-, o de cualquiera otra manera.
Las señales son códigos que asumimos como indicadores que eliminan dudas y
enfocan la actitud personal hacia una misma interpretación y hacia un mismo
objetivo de cumplimiento colectivo.
La imaginación se esfuerza en pulir sus diseños para, precisamente, no dejar lugar
a ella una vez concluido su papel. El mensaje es sólo uno: Cuidado (esto), Atención
(aquello), Preferencia, Ceda el paso, Prohibido, Dirección única, Dos direcciones,
Desprendimiento de piedras, Badenes, Límite de velocidad, Derecha, Izquierda…
El signo exacto sólo es útil y eficaz mientras el dibujo original se encuentra intacto.
Su mantenimiento en buen estado resulta imprescindible pues el desgaste de la
imagen primigenia abre grietas a la interpretación.
Encontrar esas grietas, esas fisuras, por las que deslizarse hacia un mundo diferente
al que propone el mensaje inicial, invita a desligar a la señal de su contenido y la
convierte en posible soporte de cualquier otro, siempre diferente al primero.
La forma y el material base tienen tanta potencia simbólica, resultan tan asumidas
en nuestro imaginario que difícilmente, despojadas de la indicación para la que
fueron diseñadas, pierden la idea imperativa que transmitían originalmente. Sin
embargo, una vez transmutada la idea por el desgaste o la acción del artista nos
vemos perdidos, desamparados ante lo que nos comunican.
Una señal que ni siquiera sugiere, que únicamente muestra ¿Es una señal?
Lo que consideramos señales son algo muy diferente a las propuestas plásticas
de Ximo Amigó. La diferencia estriba en que estas últimas carecen de un
manual de interpretación. No existe el código en el que vengan referenciadas sin
intermitencias ni dudas sus mensajes únicos. Por lo tanto la máxima del mensaje
unívoco desaparece y la polisemia ocupa su lugar.
Lo que vincula y explica imagen y mensaje no es tanto el mensaje y la imagen en
sí como el código que las relaciona y codifica para poder ser descodificada en la
interpretación o análisis.
Así pues, si no tenemos código, si carecemos de manual, si no encontramos
asociaciones gráficas con explicaciones verbales o literarias y ejemplos
comparativos sobre ellas, si nadie explica pormenorizadamente su simbología
¿Cómo interpretamos? ¿Cómo las explicamos?
Aunque, por otro lado: ¿Necesitamos explicar o interpretar?
Tal vez la clave esté precisamente en ello, en la interpretación y no en la explicación.
En separar una cosa y la otra. En no pensar que aquello que no tiene explicación
plausible no es interpretable.
En estos casos interpretar es convertir la señal en la indicación de un espacio
abierto, “Mediante el doble juego de ocultación y superposición”4, manteniendo su
forma como reclamo para incluir entre sus límites: recuerdos, homenajes, deseos,
ausencias… Es observar la ruta, el transito, mirando al frente y a los lados, mientras
aparecen anotaciones, marcas, indicaciones.
Cada una de las obras que Ximo Amigó referencia en la serie que presenta en la
Fundación Bancaja de Sagunto supone una anotación sobre esas observaciones
de ruta, de carretera recorrida en coche, autobús, motocicleta, en tren… Un largo
paseo.
Señales que aparecen y desaparecen a la velocidad que nos lleva el vehículo en
el que nos trasladamos y sobre las que la memoria se instala. Sobre ellas golpea
el tiempo, el sol, la lluvia y la nieve, piedras lanzadas por rabia, por afinar puntería,
por diversión infantil, disparos de perdigón… y, por la mirada.
También la mirada se instala en la plancha de metal conformado, y la retina a
través del recuerdo, las golpea y deja en ellas una nueva huella más. Esta vez
variando y permutando el dibujo original por el impacto de la imagen del héroe
de un film visto en una terraza de verano siendo todavía un niño. O haciendo
justicia y rescatando aviadoras y deportistas que no fueron todo lo protagonistas
que debieron ser en su día, o protagonistas que sí lo fueron, vistas por primera
vez desde una butaca y que, en alguna obra, ocupan ahora con sus sugerentes
ojos la barra horizontal de un –prohibido– convertido en minúscula pantalla de
un cinerama (Quien conociera la censura sabrá de la doble lectura en una señal
como esa). El cine siempre presente. La memoria del niño que regresa a la aventura
sobre el ballenero Pequod en la larga travesía a la caza de Moby Dick.
Igualmente se instala en ellas la mano. Indicar con el dedo (manera universal
e inequívoca de señalamiento) una dirección a seguir o el peligro de un bache
sinuoso ¿La vida misma?.
Entre tantas, elegir la adecuada para instalar entre sus límites a un amigo con el
que no volverá a cruzarse ya en ningún camino. ¿En un círculo o en un cuadrado?
Evidentemente en un triángulo.
Y cómo no, jugar a juegos de ida y vuelta (como todos los juegos que realmente lo
son), adaptando flechas y giros que agoten al espectador a la espera de volver a
reiniciarlo una vez superado el cansancio, porque lo hará nuevamente al volver a
observar las piezas (como todo buen jugador (observador) que realmente lo sea).
Buscar y descubrir la concavidad que dejó el golpe fortuito, la hendidura provocada
por el choque de algún elemento. Deslizar la mirada entre la grieta de la pintura
desgajada, pelada, la herrumbre que repinta intercambiando el color de origen
por el que aporta el tiempo6. El envejecimiento del material convertido en la nueva
sabia comunicativa que trasciende y cambia el significado.
El signo aquí ya no significa. Al menos no lo que quiso significar un día. La señal,
como aquellas de humo, en el cine del género del Oeste, cambia ella sola su
mensaje ganando en matices cada vez que un viento súbito desvía y deforma las
volutas. Sabemos que surge de un cuerpo de fuego pero sólo apreciamos el humo
sin confirmar qué lo produce ¿Es una hoguera, un incendio, una chimenea, un tren,
un barco de vapor, un cigarrillo…? Reconocemos la forma pero su densidad, su
color, su cadencia, indican el reconocible principio del que emana para convertirse
en abstracción diluida en la que fundirse y perderse. Ensoñación sobre la que viajar
al pasado o hacia el futuro.
Una señal es también una huella, una marca, un rastro y, cómo no, una herida y
su cicatriz.
Podría concluir que Ximo Amigó trabaja sus creaciones plásticas sobre señales
que a su vez mantienen la seña, la marca, la huella, que a sus ojos las ha hecho
atractivas. De nuevo el surco, la hendidura de la que hablábamos.
Cuando una señal ha asumido sobre sí el deterioro del mensaje, las huellas y
marcas temporales acaban convertidas en herida y cicatriz.
Hermoso sustantivo, cicatriz, para definir la marca permanente que produce una
herida. Ponerla en valor y, en vez de ocultarla, confirmarla, suturarla (tal vez) y
exponer su belleza, es parte de la labor del artista. La cultura japonesa nos ha
enseñado mucho sobre ello7.
En el dibujo, su trazo, la textura provocada y la subyacente, la relación entre forma e
idea, entre signo desaparecido y potenciales significados aparentes, la aplicación
plana del color, el guiño humorístico, el suceso y la sugerencia, la apertura del
símbolo hacia tantas interpretaciones como miradas, la herida y el restañado…
En todo ello, en las obras que componen la muestra que recoge esta publicación,
anidan, si se buscan, las señas de identidad de Ximo Amigó. Sus señales.