L’Home dibuixat

 

Guillermo Gómez Ferrer

L ́HOME DIBUIXAT.
XIMO AMIGÓ
L’home dibuixat no es un hombre cualquiera. Es la expresión de la
identidad contemporánea que se construye desde la fragmentación.
Todos somos la suma de un compendio de identidades. A veces somos
hombres grises y a veces somos hombres santos; en ocasiones nos
comportamos como hombres ratas y otras tantas como hombres que
son todo corazón. Todos somos ese home dibuixat que se construye
mientras vive, que traza el contorno de su propia personalidad en el
vivir.
A diferencia de lo que sucedía en el mundo premoderno, la identidad
individual del hombre contemporáneo no se nos da externamente.
No somos aquello que somos determinados por nuestra condición de
nacimiento. Hay un proceso de liberación frente a las imposiciones
sociales y culturales. El hijo del campesino puede dejar de ser
campesino. El nacido en un país católico puede ser ateo y el hijo de
unos ateos convertirse. La vida es un ejercicio de construcción de la
identidad, lo cual implica un enorme esfuerzo de elección y también de
auto reconocimiento: ¿realmente quién soy?
En el arte contemporáneo esta realidad ha sido representada desde
distintas perspectivas: hay artistas que se han centrado en la identidad
colectiva de pertenencia (pueblos, razas, lugares, naciones) y
otros sobre el deseo del reconocimiento de una identidad particular
(especialmente las que tienen que ver con la sexualidad y el género
tan presentes en la ideología preponderante de hoy). También, por
poner algunos ejemplos destacados en la historia del arte, hay quien
se ha fijado en un aspecto concreto como Cindy Sherman que juega
con la identidad de la mujer; o los grandes maestros del retrato de
la modernidad como Hockney, Freud o Bacon quienes, pintando
una figura concreta, han mostrado las angustias, contradicciones y
esperanzas del hombre contemporáneo en general. Y qué decir en
escultura como en el caso del español Juan Muñoz cuyos hombres
representan la uniformidad y el aislamiento de seres que comparten
espacio pero que no se comunican entre sí. Existe, pues, en la
modernidad un itinerario de interés por reflejar quién es el hombre. El
listado es grande con estéticas y estilos de los más variados.
En paralelo al arte, la filosofía de la segunda mitad del Siglo
XX y principios del XXI también ha tenido en la identidad del
hombre contemporáneo un tema preferente de reflexión: Bauman,
Charles Taylor o McIntyre son algunos de los autores que más
certeramente lo han descrito. No es casual el encuentro entre el arte
-independientemente de sus formas estéticas y soportes- y la filosofía.
Ha sido así a lo largo de toda la historia, porque ambos saberes buscan
dar respuesta a una realidad que se hace evidente en cada momento
histórico; ambos necesitan comprender y comprendernos. De lo que
nos hemos dado cuenta ahora es que el hombre es un ser haciéndose,
un ser no definido, en construcción, que cambia a lo largo de su vida,
de su historia, de sus circunstancias y relaciones.

 
7
Pero L’home dibuixat también aborda otra cuestión. No es sólo que
nuestra identidad es el compendio de muchas identidades que van
sucediéndose y cambiando en nuestras vidas, sino también que hay
una identidad que se convierte en preferente; aquella por la cual nos
identificamos o reconocemos al otro. Por eso L’home dibuixat soy yo,
pero es también mi vecino, mi amigo, la compañera de trabajo: aquel
que reconocemos en el cuadro. L’home dibuixat es también mi jefe
agresivo, mi amigo complicado, mi vecino discreto.
Lo que nos encontramos con el trabajo de Ximo Amigó es con una
aproximación doble: que la realidad del hombre es cambiante, por
un lado; y por otro, que hay una variedad de hombres casi infinita. Es
decir, que todos podemos reconocernos y a la vez reconocer a alguien
a quien conocemos, no por estar retratado, sino por mostrarse evidente
en el estereotipo que se nos presenta. Este doble juego evidencia la
riqueza de la muestra. Cada obra es otro o una parte de mí. Y en su
conjunto es el reflejo de la fragmentación del hombre contemporáneo.
La exposición constituye, en consecuencia, una auténtica serie de
la modernidad. Porque permite hacer un recorrido por este hombre
actual que es único y múltiple. Por supuesto, puede haber más
tipos de hombres de los presentados. Esta es también otra de las
características del trabajo: nos invita a imaginar otros muchos hombres
que están todavía por hacer y a soñar cómo los representaríamos.
Lo que propone Ximo Amigó con su juego visual narrativo de líneas
y fondos es que la identidad en la modernidad ya no puede ser
representada mediante el retrato o el autorretrato, sino a través de
la reflexión visual figurativa sobre el hombre que representa a todo
hombre. La exposición es un juego estético y de reconocimiento.
L ́home dibuixiat es cualquier hombre o mujer de nuestra vida; es la
metáfora de nuestra condición humana. También nosotros mismos.
El juego se amplía porque se nos presenta nuestra propia condición
como personas. Persona proviene del prosopón griego, o máscara
que hace de la persona un personaje. Ahí radica su interés. Que no se
contenta con lo tangible concreto ni con lo abstracto universal, sino que
hace de la obra pictórica una alegoría tan visualmente atractiva como
filosóficamente pertinente. Estéticamente las obras de Ximo Amigó
representan el atractivo de la inteligencia de la ejecución: un contorno
claro y definido sobre fondos superpuestos que tienen todo menos una
ejecución sencilla. No sólo se trata de haber sido capaz de construir
unas metáforas visuales para cada realidad identitaria, sino de llevarlas
a cabo de manera brillante: ya sea en contraste del color neutro frente
a la figura, ya sea jugando con elementos visuales relacionados con la
temática de cada pieza, ya sea introduciendo en el personaje nuevos
elementos que hacen de cada cuadro un objeto que es a la vez único
y conformador de un discurso narrativo que dota de sentido a toda la
exposición.
La nueva serie que presenta Amigó en esta muestra supone una
evolución –no en el sentido de mejora frente a lo anterior, sino
de transformación-, respecto a sus trabajos anteriores, donde se
abandona el juego de metacrilatos pintados para presentar desnudas
las obras –incluso en ocasiones emergiendo la propia textura del
soporte o mediante la superposición de capas que se constituyen en
fondos evocadores con materialidad propia-. A la vez se mantiene
el gusto por las referencias visuales de la posmodernidad, en esa
especialidad de la casa en la que se juega con el lenguaje artístico
y el publicitario cuando la obra lo requiere; un lenguaje que se hace
comprensible para la cultura contemporánea y que bien representa lo
que el hombre es.
El lenguaje es la capacidad del hombre para expresar simbólicamente
una realidad que es comunicada y compartida. El lenguaje se hace
más verdadero cuanto es capaz de expresar esa realidad que se da
ante sí. El lenguaje no sólo señala la realidad, sino que la construye,
porque es capaz de verbalizar lo que pasaba desapercibido hasta
que el creador, en este caso, el artista, con su lenguaje visual,
desvela. El buen arte, es decir, aquel trabajo creativo que se convierte
en arte, como en este caso, es aquel que hace emerger aquello
que permanecía oculto a los seres humanos que hasta entonces
vivían como con un velo sobre sus ojos. Y además hacerlo de forma
estéticamente válida y atractiva. Esa capacidad de mostrar lo evidente
–es decir, de aquello que se hace evidente cuando se contempla- es lo
que determina cuando una creación ha sido certera: es el poema que
refleja una experiencia compartida, la novela que presenta la compleja
vida humana, la película que plantea los conflictos existenciales, o
la pintura que muestra la experiencia de la belleza; la angustia de
la existencia o algún fragmento de nuestra vida. Por eso el arte es
infinito. Porque no se agota nuestra capacidad de comprendernos.
En un mundo como el actual, acostumbrados al impacto tecnológico,
a la hibridación de estilos, al escándalo llamativo, a la banalidad,
en definitiva, de la existencia que queda reducida a lo anecdótico,
adquiere mucha más relevancia que un artista se atreva con la
figuración, se atreva con la fidelidad a un estilo y se atreva con una
exploración sobre un mismo tema de forma reiterada. Su obra huye del
mero escaparate. En cierta medida las obras de esta exposición y que
se recogen en el presente catálogo son una exploración en profundidad
de una realidad que ahora, gracias al autor, se nos hace evidente: el
ser humano es un ser que se dibuja a sí mismo; que se construye a sí
mismo; o tal y como decía Jaume Sisa en su canción del mismo título
que esta exposición: Jo sóc l’home dibuixat,/ el que no té carn ni cos./
D’homes dibuixats com jo,/ si mireu en veureu molts.